miércoles, 21 de abril de 2010

Persecución de lo ajeno.

Amores ajenos a mi me persiguen.
Consiguen dar vueltas a mi cabeza.
No se muy bien nada. No se nada, de nada.

No se porque me persiguen.
Ni si me servirán de algo en mi camino, los errores ajenos.
Me duelen los desamores de los demás. Y no lo puedo evitar.
Quizás no deseo evitarlo.


Me gustaría mecerlos hasta que duerman con el tiempo corriendo.
Supongo que no parar , es mi manera de huir.
Será cobardía. Es más fácil hacer como si la vida sigue, a parar.

Luego si hay un accidente, comienzo a entender la causa de el, a los cincuenta años, transcurridos después de ello.

Hay tantas cosas de mí que no entiendo, que prefiero a veces intentar entender a los demás.
Un ser anónimo a veces pierde la libertad cuando menos se quiere dar cuenta...
Y se encuentra deseando ser escuchado.
¿Qué soy? ¿Aun más escuchado? ¿Es puro egoísmo?

Se que no soy solo una consecuencia del pasado, lo se cuando camino con la lluvia empapándome.

¿Pero por qué aun me asusto cuando me cruzo con el pasado en una esquina? Así de imprevisto.
Temo que sea porque aun no he asimilado todo de la manera adecuada. Entonces es cuando los fantasmas toman fuerza y mis brazos tiemblan.
La sonrisa en mi boca sale como si tuviese vida propia, y temo engañarme, ser hipócrita.
No solo hay una clase de miedo, el miedo a perder a los seres queridos, si no también a perderse a uno mismo.
¿Cómo se puede amarrar eso?