viernes, 7 de febrero de 2014

Una cigüeña pasó justo
cuando depositaron el ataúd
de mi abuela en su tumba.

Me gusta pensar que ahora es una cigüeña.

Los últimos años la quería como si fuese mi nieta.
Daba gusto besarla y abrazarla,
porque de verdad lo valoraba y lo sentía.

Y me gustaba cuando hablaba,
porque era muy sincera.
Decía las cosas sintiéndolas.
Era de las personas más sinceras que he conocido.

Me hubiese gustado que todo mi amor,
se hubiese convertido en ramo de flores para dejarle.
Pero entre tanta hipocresía nada me salía.


Ahora quiero más a las cigüeñas.
Eres como un martín pescador.
Podría resumirte así.
Pero no llegaría ni a describir
una de tus  miles de plumas.

No puedo pintarte.
Sigo sin poder pintarte.
No entras en ningún lienzo.
Ni ningún color mezclado con otros miles,
podría usarlo para colorear papel
que después yo convirtiese en tu reflejo.

Ninguna veladura podrá
llegar a ser tan vaporosa
como tus pestañas.

Tu olor es como una luz acechándome,
en cada parte de mi camino por la vida.


Pondría en cada recodo de la ciudad,
trozos de luz.
Eres oscuridad y luz a la vez.

Si pienso en ti huelo tu olor,
mezclado con tomillo,
con olor a madera,
con olor a mar.

Cuando me tocas,
puedo creer en cualquier cosa.
Cuando duermes a mi lado,
siento que nada me falta.