martes, 10 de abril de 2012

Oteo el horizonte
desde mi mar
de pan rallado.

Me he convertido
en una estación de tren.
Pero no tengo vagabundos
que duerman en mis bancos,
o en la cabina fotográfica.

Y los caramelos de colores,
no me huelen a nada.
Aunque de todos modos
aun así los persigo
pensando que son juguetes.

Mi piel no sabe a que a tenerse.
Mis labios no me preguntan por qué beso.
Debería pensar, y no lo hago.

¿Me ha crecido el corazón,
o me ha menguado?

¿Puede que esté más abierto,
o más cerrado?

No se.