sábado, 13 de febrero de 2010

Que tiempos aquellos en los que teníamos la piel dorada...

Las conchas crujiendo entre los dedos de nuestro pies.
Yo me pregunto si está sensación que me embarga es cierta o no. Eramos tan felices que parecía irreal.
La espuma de las olas nos bautizaba junto a la luz del faro. Creía estar naciendo de nuevo.
Nuestra desnudez era pálida pero cálida al correr. Yo perseguía todo cuanto había,
sumergiéndome entre ese agua templada, era una noche de amor para otros.
Supe que aunque no estaba tu cuerpo allí, no te echaba de menos.
No echaba de menos nada, en aquellos momentos tan tiernos de soledad.

Nuestro gritos alborotaban a las parejas de la orilla que paseaban con ropa.
Y lo único que no me arrepiento es de no haberme desnudado aun más. Dejar rozar las moléculas con la sal, y ver la sonrisa diluirse.


Ahora una nueva mirada me recuerda eso, aunque no hubiese nadie allí.