martes, 25 de enero de 2011

Como una bofetada de nuevo todo deja de ser metáfora.
Escucho mis deseos más profundos.
Los veo tan sencillos y firmes, en el fondo...

Dudas amplían mi campo de visión.
Acabo de entender para qué servía,
el cubo lleno de arena,
en la puerta de ese callejón.

La muerte siempre está latente.
Pero no siento miedo,
solo dolor cuando roza mis puntos débiles.

Notó que nunca he odiado su existencia.
Pero no había sido consciente de ella.

Al ser consciente,
me escucho justificar mi cobardía,
admito la derrota sin haber antes,
empezado a luchar...
Tomo excusas como intentando sanar
heridas que aún no han aparecido en mi.

Y ahora la fiebre del compañero de al lado,
parece mi fiebre,
y noto temblar lo que pensaba fijo.

La belleza de los cuerpos,
esa belleza que siempre veo,
ahora parece acercarse,
aproximarse,
y me doy cuenta que no la conozco.

Que solo la he estudiado,
admirado.
Pero nunca la he sentido rozando mi carne.

Aquella idea que todo el mundo desea,
a mi me esquiva.
Mi cabeza parece sostenerla,
pero con el viento vuela,
con las pinzas se aferra.
y los rayos son demasiado brillantes.
Demasiado brillantes.
Demasiado brillantes.

Puedo convivir con eso.
Puedo sentir como formo parte,
de la gran unidad.
Del gran deseo que unos tienen,
otros quieren,
y otros necios niegan.

Pero no puedo sostenerlo entre las manos.
Demasiado brillantes.
Demasiado brillantes.