domingo, 22 de mayo de 2011

Cuestión de tinta.

Me gustaría tatuar todo tu cuerpo.
Pero entonces siento
que yo no quiero domesticarte.
No quiero ser capaz de ver
como me dejas tatuarte.

Y me sorprende que te dejes,
pero siendo consciente que no te dejas.

La tinta está dentro de mis uñas.
Mi cerebro desata líneas
y curvas,
en tu piel.
Encajándote.

Las medidas son proporcionales.
Sonríes y tu cuerpo se desproporciona.
Es un canon ingobernable,
incalculable.

Desencajando tu cuerpo de la realidad...

Tu cuerpo es carne,
huesos,
y unas preciosas venas.

No quiero ser tinta.
Por mucho que las yemas de mis dedos
deseen rozarte.

De hecho no quiero conocerte.
Y de hecho quiero poseerte.
Y luego quiero ser 1 causa más
de tu libertad.

Y no quiero poseerte.
Ni tomarte la mano.
Pero me muero por mordisquear,
los resquicios
de tu sonrisa.

Los resquicios de la risa.
Los resquicios de la brisa
que te agita.
Ser yo quien te agita.

Si ya soy pura contradicción.
Tú ejerces una libertad
que abre mis contradicciones
aun más.

Y resaltas con fluorescente
mi características más fuertes.
Y te veo reír.
Eres feliz.
Muy feliz.

Y luego estás triste.
Desolado.
Pero no te revuelcas
en esa tristeza.

Y te admiro.
Luego te veo minúsculo.
Luego te veo igual
de proporciones a mi cuerpo.

Te oigo reír y creces unos centímetros.

Te oigo reír y ya me alcanzas.

Te oigo reír,
y hablar de cuando lloras,
como si fuese lluvia
y me superas.

Veo tus manos entre mis manos
como si las hubiese amasado yo,
pero demasiado perfectas.

Las intento tomar suavemente
y pareces descalzo
pareces más alto.

Y no hay final para nada,
siguen los trazos
siguen las manchas.

Y globos de pintura
estallan en la fachada
del bello rostro de la libertad.