a lo largo del día
que debo recordarme,
no mirar atrás.
No quedarme en esa humareda de tierra,
de polvo,
de labios
y pétalos de verano.
Un cielo estrellado sostiene
mi mirada,
mi sonrisa,
y el deambular de gatos.
Ya no hay nada igual.
Y eso es agradable,
desagradable,
suave y áspero.
Pero ni rastro ya de pena.
Aunque al cruzarse,
hay una colisión con el ahora.
Y es entonces cuando me pregunto:
¿Es una pincelada nueva
sobre una caduca?