martes, 14 de septiembre de 2010

La mañana se me pasa volando. Desliza por mi garganta sin dejar rastro.
El sol calentando mi piel, que ya se va despidiendo de la luz del verano.
Ya pensando en las hojas doradas del otoño, noto que mi sonrisa adquiere un color pardo.
La presencia de los niños correteando, y al frente mi pasado agrio.

Sonrío sin querer.
Intento tomar esa luz en la piedra, absorberla para luego poder recordarla cuando pasen los años.
El personaje aumenta de envergadura en la novela. Parece adquirir más sustancia su gran personalidad. Es una madre. Luego un amante. Poco después un marino.
Y cuando piensa en pimientos con lomo, un niño.

Y envejezco. Y me agrada hacerlo.