martes, 1 de septiembre de 2009

Esta caro el pulpo.

Lo fue cortando pedacito a pedacito. Era feliz cocinando para los demás. Había decidido realizarlo de manera distinta, no pulpo a la gallega, si no aliñado.
Los pimientos, tanto el verde como el rojo, creaban una bella composición junto al magenta oscuro del pulpo cocido. La cebolla no le había hecho llorar esta vez.

Pensó en el así, de imprevisto.
Y vió de lejos la antigua idea que tenía de el, la música que acompañaba a cada recuerdo. Hasta el Jazz que acababa de conocer sentía que lo conocía de antes, que lo conocía de su mano. Suspiró.
De su mano había conocido cosas tanto bellas como tristes y deprimentes. Y aun así, no podía evitar nombrar su nombre antes de dormir, como entonando canciones para arrastrar al sueño. Aun así inevitablemente lo nombraba cada día.


El pulpo pese a estar muerto, y cocido, se pegaba a la tabla de cortar con sus tentáculos, con sus ventosas, en cuanto se despistaba cortándolo.


Sus manos, no habían sido tentáculos, ni ventosas, precisamente. No lo lamentaba, pero le hubiese gustado repetir.